Hace ya mucho tiempo que dejé de fumar, fue algo relativamente sencillo, al tercer intento, no lo hice con ayuda, ahora hay aplicaciones para dejar de fumar incluso en el móvil, hay acupuntura, láser, todo parece más fácil, la tecnología avanza, quizás más que nosotros.
Pero no era el humo del cigarro de lo que quería hablar, quiero hablar del humo que despedimos, para hacernos invisibles, de las máscaras que nos ponemos para salir a la calle, del humo que vendemos que al final, por no ser sincero, nos impide avanzar en lo que realmente nos importa, porque no hay nada peor para nuestro ego, que una expectativa no cumplida. Y cuando vendemos humo, la falta de realidad nos hace imposible cumplir las expectativas porque el humo no somos nosotros , surgiendo el conflicto entre nuestra yo real, nuestro ego y el mundo exterior, como si fuese necesario tanto conflicto, ya con el yo real y el ego, tenemos suficiente.
Vendemos posibilidades infinitas a gente no interesada, vidas perfectas a personas con una vida tan imperfecta como la nuestra que espera luz en su oscuridad, pero el humo… no ilumina vida alguna, al contrario donde entra, cual niebla, impide la correcta visión, nos nubla, no solo la vista, sino el olfato un sentido más intuitivo, mejor conectado con la memoria. El humo de un cigarro puede darnos cáncer, pero el humo de nuestras vidas, conflicto continuo.
Y no quiero que este post parezca pesimista, porque igual que se puede dejar el tabaco, podemos dejar el humo, podemos ser más sinceros con nosotros mismos, eso no significa llamar a una silla silla, lo cual puede ser poco poético, significa que una silla, puede ser tipo Luix XIV, de IKEA, un asiento o elemento decorativo, pero si la silla es de IKEA, no hacerla pasar por diseño exclusivo, porque es mentira y siempre hay en la vida alguien más inteligente que nosotros, o alguien que visita más IKEA que nosotros y nos puede decir, ¡ah esa silla la tengo en casa y es de IKEA! y quedar arrinconados y enfadarnos de ese comentario que ha podido hacerse desde la inocencia o la mordacidad del que quiere destronar a aquel que considera superior, porque la envidia, creo que es el pecado capital más extendido, en cualquier caso, nuestro yo real queda en evidencia y nuestro ego herido.